miércoles, 3 de agosto de 2011

¿Era Dalí matemático?

Ese gran genio loco, con mucho de genio como persona y mucho de loco como personaje. Histriónico y excéntrico de maneras pero cabal y sabio como ninguno, y a la hora de crear arte uno de los más grandes entre los grandes. Contemporáneo de Lorca y Buñuel, su generación engendró artistas, doctos en todos los talentos, que han permanecido en el tiempo por sus sensacionales creaciones. Coqueteó con el cine, la ilustración, la escultura y la fotografía, pero será recordado por su pintura, de estilo personal y ecléctico, sobre todo en su etapa surrealista. Salvador Dalí no era un pintor al uso, ni siquiera para la época y estilo que le tocó vivir. Enamorado de la ciencia, atesoraba en su biblioteca decenas de libros que trataban de geometría, matemática o biología. Asistió en su vida a multitud de descubrimientos científicos como el del ADN, la teoría cuántica, los modelos atómicos o el concepto de antimateria, y todos ellos causaron un profundo impacto en él, dejando una huella más o menos visible en su obra.
Una de las mayores obsesiones para Dalí a la hora de generar sus cuadros fue la de la razón áurea. Esta proporción, de historia milenaria, define la relación existente entre dos divisiones de un segmento y la representa por medio del número φ (letra griega fi), un valor algebraico irracional que, aproximadamente, es 1,618033.
Desde la Gran Pirámide de Guiza, en Egipto, hasta las estructuras formales en la ‘Quinta Sinfonía‘ de Beethoven, pasando por el Partenón de Atenas, la ubicación de las “efes” en la construcción de violines, el ‘Hombre de Vitruvio‘ de Leonardo da Vinci o las relaciones entre altura y anchura en las obras de Miguel Ángel. Todos ellos, y muchos más, son ejemplos en los que los expertos han visto indicios o evidencias de la utilización de la divina proporción o proporción áurea.
Dalí plasmó esta inquietud en cuadros como ‘Semitaza gigante volante, con anexo inexplicable de cinco metros de longitud’ (óleo sobre lienzo, 1944-1945), una pintura en la que los motivos más destacados van apareciendo inscritos en la sucesión decreciente de rectángulos áureos que resultan al extraer, sucesivamente, un cuadrado al rectángulo anterior.

Esta obra se puede considerar como un homenaje, no carente de humor, al rectángulo de oro. No sólo se puede descomponer el cuadro en una serie de rectángulos áureos sino que, además, los diferentes elementos del dibujo son la llave que permite reconstruir estos rectángulos. A partir del diseño de la taza se obtiene una sucesión de rectángulos áureos que nos conduce a una espiral áurea, la cual termina en la sombra negra de la parte alta de la pintura.
Por otro lado, ese “anexo inexplicable” del título del cuadro y que sale del asa de la taza, obligando a prolongar el dibujo hacia arriba, es, en realidad, totalmente explicable: las dimensiones del cuadro (50 × 31 centímetros) están en proporción áurea, siendo tal anexo el elemento que justifica dichas dimensiones.
La pintura titulada ‘Leda atómica’ (óleo sobre lienzo, 1949) es otro buen ejemplo de lo anteriormente explicado. Dalí realizó este cuadro con ayuda del matemático rumano Matila Ghyka, que le ayudó a sobrellevar tres meses de complicados cálculos teóricos que dieron lugar a la peculiar composición del óleo. La pintura sintetiza siglos de tradición matemática y simbólica, especialmente pitagórica. Se trata de una filigrana basada en la proporción áurea, pero elaborada de tal forma que el espectador no la aprecia a simple vista. En el boceto de 1947 (lápiz y tinta sobre papel) se advierte la precisión del análisis geométrico realizado por Dalí basado en el pentagrama místico pitagórico, el cual es una estrella de cinco puntas dibujada con cinco trazos rectos.
Asimismo, el pintor realizó varias obras en las que incluía el cuerno de rinoceronte como elemento recurrente, cuerno que Dalí consideraba como una curva logarítmicamente perfecta. Ejemplos de ello son ‘La encajera de Vermeer’ (óleo sobre lienzo, sobre madera, 1955), ‘Cuernos azules. Diseño para un pañuelo’ (Aguada, 1955) o ‘Figura rinoceróntica de Ilisos de Fidias’ (óleo sobre lienzo, 1954).
Relacionada con la proporción áurea, otra de las obstinaciones pictóricas de Dalí fue la de la figura geométrica del dodecaedro, un poliedro convexo de doce caras que son pentágonos regulares, esto es, de lados iguales y ángulos internos congruentes. Su obra maestra relacionada es ‘La última cena’ (óleo sobre lienzo, 1955). En este cuadro, Dalí utilizó la proporción áurea en la razón de sus dimensiones y en las dimensiones que forma la línea recta de la mesa. Además, el dodecaedro se convierte en el escenario que envuelve la escena; doce caras como doce eran los apóstoles.
Según Platón, el dodecaedro representa la quintaesencia, puesto que en él se pueden inscribir el resto de los poliedros regulares: cubo, tetraedro, octaedro e icosaedro, que simbolizan los cuatro elementos del universo: tierra, fuego, agua y aire. Así mismo, si se unen los centros de las caras de un dodecaedro entre sí, se forman tres rectángulos cuyas proporciones son las del número áureo.
Igualmente, la materia de las dimensiones obsesionó no sólo a Salvador Dalí en su obra, sino también el resto de pintores de su época y de épocas anteriores. El hecho de poder plasmar una correcta perspectiva en tres dimensiones sobre un lienzo bidimensional, consiguiendo una imagen realista del motivo plasmado, hacía recurrir a los artistas a tratados geométricos con asiduidad. Cézanne, Seurat y, de hecho, casi todos los pintores que a finales del siglo XIX y principios del XX trabajaban estos temas, sólo estaban interesados en el problema desde el punto de vista de la representación pictórica. Dalí quería ir más allá.
El pintor catalán se obsesionó con una cuarta dimensión geométrica, que terminó por plasmar en su obra ‘Crucifixión’, también conocida como ‘Corpus hypercubus’ (óleo sobre lienzo, 1954). Un hipercubo, o teseracto, es una figura geométrica en una hipotética cuarta dimensión cartesiana que no podemos imaginar, pues la teoría matemática que la arropa es demasiado compleja para los seres humanos que vivimos en sólo tres dimensiones.
El hipercubo tiene 16 vértices, 32 aristas, 24 caras y 8 células. Estas últimas ocho células se corresponden con ocho cubos tridimensionales, que son los que forman la cruz de la crucifixión de Jesucristo en el cuadro. En realidad, lo que vemos ahí es un teseracto de la cuarta dimensión desdoblado en el espacio tridimensional (así como un cubo 3D desdoblado forma una cruz latina de seis cuadrados). Para formar el hipercubo habría que unir las caras de la figura, retorciéndola, consiguiendo algo muy difícil de concebir en nuestra mente, por no decir imposible.
En el óleo, el hipercubo desdoblado resulta ser la cruz de la muerte, y su sombra en el suelo forma una cuadrícula bidimensional en forma de cruz latina, lo que denota la fijación que tenía el pintor por la transición entre dimensiones.
Como se puede observar, al igual que todos los grandes genios del arte, Salvador Dalí ocultó mensajes en sus obras, en este caso de carácter matemático. Y es que, además de lo expuesto, el pintor jugó también con la geometría fractal, como en su cuadro ‘El rostro de la guerra’ (óleo sobre lienzo, 1940); la geometría proyectiva, en ‘Las llamas llaman’ (óleo sobre lienzo, 1942); la topología, en ‘Contorsión topológica de una figura femenina’ (óleo sobre lienzo, 1983); o la Teoría de las catástrofes, de René Thom, como en ‘La cola de la golondrina’ (óleo sobre lienzo, 1983).
Dalí falleció el 23 de enero de 1989, dejando tras de sí una complicada y prolífica obra en la que fusionaba arte y ciencia. Sin duda un loco muy cuerdo.

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