viernes, 19 de agosto de 2011

Grigori Perelman, un genio perdido en el tiempo.

Si vienen por San Petersburgo y se lo cruzan, tal vez traten de darle una limosna. Habrán visto a un hombre de más que machadiano torpe aliño indumentario. Pantalones viejos y raídos, probablemente un gorro azul y una chaqueta que conoció épocas mejores en otras décadas. El pelo largo y desgreñado, la barba sin cuidar y, si se fijan bien, verán que tiene unas uñas largas y sucias. Camina mirando al suelo con prisa y siempre lleva una bolsa. Quizá recuerdo de aquellos tiempos de carencias. Cuando la gente veía una cola y primero se incorporaba, y luego preguntaba qué vendían. Después de varias horas, uno llegaba a casa con cualquier cosa que hacía semanas que no se veía.

 Las apareincias engañan en parte. Puede que se hayan cruzado con uno de los mayores genios matemáticos que habitan el planeta Tierra. Quizá hayan visto a Grigori Perelman.


Economicamente, podría nadar en la abundancia, pero no le interesa. Ha rechazado premios de un millón de dólares por cuestiones que la mayoría de los humanos consideraríamos nimiedades. El "dios consumo" le dice menos que nada. Vive de dar clases a malos estudiantes, a los que apenas cobra unos rublos, y de la pensión de su madre.

Perelman, que está considerado uno de los 10 mayores genios mundiales vivos, va a cumplir 44 años. De origen judío, su padre era ingeniero y su madre profesora de matemáticas.

Su expediente académico nunca conoció una nota por debajo de la matrícula de honor. Ingresó en la Universidad de San Petersburgo, entonces Leningrado, sin exámen previo. Comentan que muchos de sus profesores le temían. Podía dejarlos en ridículo.

Entre el año 86 y 90, trabajó en los Estados Unidos. Cuando regresó a Rusia, su padre había decidido emigrar a Israel. No le siguió nadie de la familia y en la ciudad imperial quedaron Grigori con su madre y su hermana.

Si su padre rompió con todo, por esa época Perelman se desligó del mundo universitario. De sus colegas no quiso volver a saber nada. Empezó a vivir de los libros y artículos que publicaba.

Poco a poco, fue encerrándose en sí mismo. No tiene amigos, no se le conoce mujer, ni pareja. Su círculo se reduce a dos personas, su madre y su hermana. ¿Chifladuras de genio? Tal vez.

Se sabe que tiene un apartamento en San Peteresburgo pero que no lo usa. Sólo va de vez en cuando, recoge el correo y se va. Él vive con su madre y su hermana en un pequeño piso de la periferia de su ciudad. Uno de aquellos edificios construidos en tiempos de Jrushov y que los gobiernos han prometido derribar y sustituir por otros más modernos, aunque tarda en llegarles la hora.

Los pocos que han visto su habitación dicen que sólo tiene una cama, un teléfono y una silla. Nada más. Casi como la celda de un ermitaño.

Grigori Perelman disfrutó de su momento de mayor gloria cuando demostró la Conjetura de Poincaré. Se trata un complicadísimo problema que el matemático, físico y filósofo francés formuló en 1904.

Para acercarnos un poco, quedénse con la palabra Topología, que se le llama también "geometría de la página de goma" y este texto que he encontrado en la red

Para simplificar podemos imaginarnos las superficies como delgadísima láminas de goma totalmente flexibles, contraíbles o extensibles, con posibilidad de transformarse, siempre que no se pinchen o rasguen. A los ojos de un especialista en Topología, si una superficie puede ser deformada continuamente en otra, entonces las dos son "esencialmente iguales" ya que sus propiedades topológicas no son afectadas por la deformación. Los topólogos utilizan la expresión superficies homeomorfas para referirse a aquellas superficies que son "esencialmente iguales". Así, topológicamente, las superficies de dos esferas con radios distintos son homeomorfas. Para un topólogo es lo mismo una manzana, un balón de fútbol, uno de rugby o la superficie terrestre. Se dice que un topólogo ve un donut y una taza de café como la misma cosa, porque puede deformar cualquiera de ellos hasta obtener una forma básica común a ambos, que se llama toro.

Me quedo con el donut y la taza de café y el concepto toro, que en Filosofía podría llevarnos muy lejos.

Un siglo después de su formulación, Grigori Perelman consiguió demostrar la Conjetura. Hubo su controversia con la comunidad matemática, lo que enfadó muy mucho al genio ermitaño peterburgués. Pero, al final, le fue reconocido el mérito.
Por su aspecto, que aquí tiene en primer plano, algunos le llaman Rasputín.

Grigori Perelman, un indiscutible genio de este siglo con costumbres y valores de tiempos antiguos. Por cierto, odia a los periodistas y no concede entrevistas.

Si se lo cruzan por Peter, como llaman los rusos a la ciudad, dejénlo en paz. Cuando vuelvan a sus casas podrán comentarlo con sus amigos.

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